Discursos e interviú en homenaje de la Academia de Mérida al escritor Alberto Jiménez Ure

¿QUIÉN ES ALBERTO JIMÉNEZ URE?

 (I)

(«HOMENAJE»)

Por Ricardo GIL OTAIZA

Hablar de Alberto JIMÉNEZ URE (Tía Juana, Edo. Zulia, Venezuela) es indagar donde anida el hecho literario y cultural de casi la última mitad del Siglo XX Venezolano, y lo que va del XXI. En este autor se conjugan una singularidad de portentos: «agudo» e «incisivo verbo», persistencia en el oficio, arrojo a la hora de asumir retos y desafíos, originalidad en sus propuestas y un estilo propio e inconfundible. La Literatura Jimenezureana es la amalgama de lo posible y la mirada desde lo tangencial, para hacer de sus textos (cuentos, novelas, poesías y pensamientos filosóficos) pequeños artefactos que gustan desnudar la realidad humana en sus más descarnadas aristas. Cada página del autor tiene la particularidad de mostrarnos el haz y envés de una misma realidad: la complejidad de la vida y sus más profundos tormentos. El horror en AJU dista de los lugares comunes que suelen presentársenos desde la «Meca del Cine», o desde la Literatura Canónica, para adentrarse sin rubor en aquello que nos aleja de una «moral pacata», cincelada por lo religioso, para internarse en los densos territorios de lo escatológico y de las sombras. 

En nuestro homenajeado los linderos entre la realidad y la literatura se desdibujan para mostrarnos circunstancias y personajes que caminan en los márgenes de la sociedad, que se confunden (quizá sin pretenderlo) con mundos «esperpénticos», «monstruosos» y «fantasmales», que buscan azuzar en sus lectores ese otro lado que olvidamos en medio de lo fáctico (la verdad de las mentiras de la que nos habla Mario VARGAS LLOSA), hasta dejarnos inermes frente a hechos que muchas veces no comprendemos, pero que terminan por convertirse en realidades paralelas y, quizá necesarias, en el contexto de las truculencias propias de la vida y de sus portentosos actores de carne y hueso. 

Los textos de JIMÉNEZ URE son breves y contundentes, estremecen los sentidos, horadan los nervios, van más allá de lo previsible para golpearnos la razón, hasta dejarnos indefensos y muchas veces atónitos, sin que ello implique desconcierto, abandono de la lectura, o el abrupto rompimiento de la magia que todo buen relato (y texto en general) entreteje a modo de densa trama. Nuestro autor es un maestro del cuento breve, reconocido aquí y más allá de nuestras fronteras, incluido en decenas de antologías, erigiéndolo en figura clave del devenir literario nacional, con fuerte proyección continental. Es un merideño por adopción y corazón que ha construido, con tesón y disciplina monástica, una sólida obra hasta hacerte parte y todo de un gran movimiento literario y cultural que reconoce en él a uno de sus más aventajados exponentes.

Paralelamente a su obra literaria, AJU ha sido una pluma indispensable en la prensa venezolana de las últimas décadas. Sus posturas iconoclastas, su contundencia lapidaria y su defensa «a ultranza» de la Democracia han sido valores que ha enarbolado con valentía: sin importarle que, con ello, fuese vetado en algunos medios, hasta convertirse en un articulista «a las sombras, cuyos textos son leídos y admirados por «iniciados», quienes buscan en sus posturas nortes y derroteros en medio de la incertidumbre nacional y planetaria. Es un articulista combativo, irreverente y cáustico, que pretende con sus reflexiones políticas, académicas o literarias, impactar la conciencia del lector, hacerlo su cómplice, ganárselo por la vía de la argumentación bien hilada, coherente y lógica, sin que ello implique que se aleje de la complejidad del lenguaje que indaga también en los peligrosos territorios de la ambigüedad y antinomia. Es nuestro amigo dueño también de un humor negro, salpicado de ironía, que logra anclarse en medio de nosotros como latiguillo que nos recuerdo el compromiso del hombre de letras con su tiempo histórico. 

Es JIMÉNEZ URE un hombre de la Cultura, quien, desde su cubículo ubicado durante muchos años (hasta su jubilación) en pleno corazón de la «Oficina de Prensa» de la Universidad de Los Andes (y mucho antes en el Consejo de Publicaciones), promovió nuevos talentos literarios, sirvió de enlace entre grandes figuras de entonces y la intelectualidad universitaria y merideña hasta convertirse en figura clave de nuestras letras. Hoy, muchos de los que trajinamos los duros caminos de la Literatura reconocemos en este hombre afable y sencillo su sentido de compañerismo, su entrega sin mezquindad, su dar sin esperar nada a cambio, su presta orientación, su afán de proyectar a otros, su pasión por las letras y su amor por la institución. Es un literato a dedicación exclusiva, un hombre de pensamiento, un promotor de la paz y el respeto, un agente de la civilidad en su más elevada expresión filosófica.

Por todas estas razones, en la «Academia de Mérida», en esta hermosa y antigua casona, rendimos homenaje al escritor, al intelectual, al amigo y al ciudadano; al universitario cabal que hizo de la ciudad de Mérida su destino personal, el de sus hijas, y el de su vasta obra hoy ya universal.


 

(II)

LA ESCRITURA DE ALBERTO JIMÉNEZ URE

Por Miguel SZINETÁR

La escritura de Alberto JIMÉNEZ URE (AJU), desplegada en vertientes (narrativas, ensayísticas, poéticas) y publicada (en más de 40 libros y mil artículos de prensa), sistemáticamente, desde hace más de 40 años,  dentro y fuera de Venezuela, está anclada en una condición psíquica, y específicamente perceptiva, experimentada por él desde la más temprana infancia.  

Esta condición perceptiva ha generado en él, dos modos antagónicos de representación de la realidad. Uno ordinario, general, normado: cercano al que todos, de alguna manera, compartimos. Otro: no ordinario. Sujeto a límites, leyes, restricciones de origen y de funcionamiento aparentemente desconocidos por el autor. Estos dos modos de representación de la realidad constituyen una unidad de opuestos que se contienen uno al otro y se inter penetran de manera singular. El proyecto escritural de AJU, intenta (esencialmente) exponer, a través de pensamientos, poemas y relatos, el tipo de interconexión de estos modos.

En los relatos de AJU, la estructura de la representación no ordinaria (que vincula a seres sin origen, sin pasado ni historia, animados e inanimados, internos y externos) irrumpe, siempre, de manera inesperada, de súbito, pacífica o violentamente,  en el mundo de la normalidad y lo subvierten: transgrediéndolo. Lo desconcierta. Lo asusta abriendo en sus seres la escisión (la herida) ontológica, provocando estupor, indiferencia, perplejidad, angustia, miedo, horror, terror y  temblor.

Para dar cuenta, de su experiencia perceptiva e interpretativa, AJU modifica (tuerce) su medio de expresión: el lenguaje: lo eleva a instancias sutiles o lo degrada en un plano escatológico que oscila entre lo obsceno y lo pornográfico; pone en tensión las referencias espacio-temporales, gramaticales y sintácticas. Crea una «sub-lengua», con una específica nomenclatura y toponimia. Y, en sus textos de pensamiento, convierte su visión en objeto de reflexión, revelándose como un moralista, como hombre que coloca en el centro de su proyecto vital, la dimensión ético-moral.


 

(III)

BREVE INTERVIÚ

M. S.- ¿Por qué naciste en Tía Juana, un campo petrolero del Estado Zulia. Cómo era la vida en un campo petrolero venezolano en ese tiempo. Hasta qué edad viviste en el campo?

A. J. U.- Mi padre, que nació en Margarita y durante su juventud se trasladaría a los «Campos Petroleros» del Estado Zulia, conoció a mi madre [Carmen Elena URE, Aguada Grande, Edo Lara] en Barquisimeto. Ignoro detalles sobre ese asunto, pero casaron e iniciarían su experiencia matrimonial en Tía Juana: en una de cuyas transnacionales de la época para la extracción de combustible fósil, «The Creole Petroleum Company», él trabajó como Supervisor de Gabarra. Tenía la responsabilidad de perforar dos yacimientos, que producían enormes ganancias en dólares. Pero, no permanecí mucho tiempo allá.

M. S.- ¿Cuándo, dónde, en qué momento, en qué circunstancia, por qué, apareció en ti, por primera vez, el deseo de escribir. Cuando pusiste sobre el papel blanco la primera letra, la primera palabras, frase, oración? ¿La recuerdas?

A. J. U.- La hermana menor de mi madre fundó un «kindergarten» (pre-escolar) que funcionaba en la casa que The Creole Petroleoum Company había asignado a mi familia, con todos los servicios gratuitos. Sin embargo, el «kindergarten» era privado. Muchos padres inscribieron a sus niños ahí, donde aprendí [con 5 años] a leer y escribir. Lo cual fue maravilloso porque me permitió desahogar todo cuanto pensaba e imaginaba: mis infinitas tribulaciones. Durante mis días de infantes, siempre estuve bajo asedio de seres que de procedencia desconocida: algunos malignos. Una señora vecina advirtió a mi madre que yo escribía historias, añadiéndoles ilustraciones [también me gustaba dibujar] Me sentía compelido a escribir, a narrar cuanto paranormalmente captaban mis sentidos: tramas imaginarias y reflexiones. Lo disfrutaba e igual niñas y niños amigos. En mi primer texto formal relaté la presencia de tres pequeños demoníacos, seres no humanos y letales que me disparaban cuando dormía despertándome de forma abrupta casi todas las noches. No me importa que alguien afirme que padecía esquizofrenia, porque distingo la Percepción Ordinaria de la Paranormal.

M. S.- Aseguras que  tu experiencia narrativa y de pensamiento (tramas, reflexiones) estaría, desde el principio, vinculada a tu capacidad de percibir, y distinguir, una doble dimensión de la realidad: la ordinaria y la paranormal. Esta característica psíquica contribuiría esencialmente a explicar la naturaleza de tu escritura, de tus indagaciones. ¿Es así? ¿Cómo logras distinguir y experimentar los dos tipos de percepción? ¿Se mezclan en la escritura?

A. J. U.- Al principio no podía distinguir, con el rigor debido, la Realidad Ordinaria de la Paranormal: lo cual precipitó me convirtiese en un niño anormal ante la mirada de los demás. Sin embargo, logré revertir cualquier juicio que pudiera lesionar o estigmatizar mi psique. Al crecer, comencé narrar a muchas personas (de forma oral y por escrito) historias «imaginarias» presuntas: fantásticas, de horror o perversas que divertían a mis amigos. Ya en mi pubertad redacté una novela breve que titulé Combustión. Pienso que maceraba mi pulsión escritural. Había leído historietas de superhéroes, los westerns de Marcial La Fuente Estefanía y también experimentado lecturas más densas: de ciertos filósofos que algunos igual prosistas (Sócrates, Schopenhauer, Descartes, Aristóteles, Dostoievski, Camus, Sartre) gracias a un perseguido profesor etarra refugiado en Tía Juana. Recuerdo que él inquietaba mucho a mi madre, quien solía decirme que Joseba era lo más parecido al Diablo. Ya no recuerdo su apellido, e ignoro si vive.

-Pienso que la ficción nacida de percepciones paranormales me separó de su hermana siamés, la Realidad Ordinaria […]  Por ello no devine en «desquiciado», «sociópata», «asesino serial» o «Presidente de República» […] Culminé escritor y pensador de facto (filosofacto)

M. S.-  ¿Cuál fue la primera? ¿Cuáles las primeras? ¿Hacia dónde marchó tu afán de leer? Cuáles son tus escritores preferidos?

-Aparte de los westerns de La Fuente Estefanía (que la crítica escrupulosa y aséptica no considera literatura), la primera novela que leí fue Don Quijote (no me persuadió Cervantes, por cierto: admito me aburrió) Luego Cuentos de Amor, Locura y de Muerte (Quiroga que sí me atraparía) Trópico de Cáncer, Primavera Negra y Trópico de Capricornio (Miller, que también me placieron) Siddartha y Juego de Abalorios (Hesse), El Tercer Ojo (Rampa), Sin novedad en el frente (Erich María Remarque) La Náusea y El Muro (Sartre), Crimen y Castigo (Dostoievski me impactaría mucho más que los anteriormente mencionados), La piel (Curzio Malaparte) La desobediencia y El conformista (Moravia) El Extranjero y La Muerte Feliz (del notable, fascinante, Albert Camus) El Anticristo (Nietzsche) Museo de la Novela de la Eterna (Macedonio Fernández) La Torre de Timón (José Antonio Ramos Sucre)

M. S.- ¿Quiénes y cómo te marcaron? ¿Tienes escritores de cabecera? ¿Qué estás leyendo ahora (junio 2016)?

A. J. U.- No tengo escritores de cabecera y ninguno me hubiere «marcado» («¿influido», «inspirado?») Lo digo por cuanto siempre tuve pulsión escritural propia, no necesité quién me motivase. He releído algunos: Dostoievski, Camus, Nietzsche, Mill, Schopenhauer, Ramos Sucre […] Durante un año, a la entrada de una habitación que ocupé en Barquisimeto, coloqué un fragmento suyo: «[…] Yo quisiera estar entre vacías tinieblas porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige […]» Leo, sin prisa, Buitres en la sabana (de Marisol Marrero) y Lector de libros (Gil Otaiza)

M. S.- ¿Trabajas tus textos? ¿Los corriges? ¿Cómo lo haces? ¿Borras, quitas, agregas?

A. J. U.- Trabajo lo necesario (a veces en extremo) mis textos. Tanto que culmino por desear formularlos en una lengua deslastrada: un poco parecida a ésta, la española. Tengo una metodología compleja (recuerdo que una profesora de apellido Paglialunga sostuvo que mi novela Facia fue escrita «tarzánicamente», porque carece del pronombre y conjunción «que») Suelo atreverme con nuestro idioma.  

M. S.- ¿Cómo usas el adjetivo, cuándo, para qué?

A. J. U.- No le temo, inquieta o planeo su uso. Simplemente irrumpe.

M. S.- A veces tus lectores te han confundido con tus (personajes ficticios) ¿Es así?

A. J. U.- En innumerables ocasiones. Lo que afirmas es, absoluta e infaustamente, cierto. En 1987, cuando apareció la «Primera Edición» de mi novela Aberraciones, me acusaron de practicar el incesto.  Hicieron el ridículo porque no habían nacido mis hijas. La «Segunda Edición» apareció bajo el sello editorial de la Universidad de Los Andes y, una vez más, generó problemas. El directos de una famosa cadena de librerías prohibió que se vendiese en ellas. También un ingeniero y profesor de nuestra casa de estudios inició, sin éxito, la compilación de firmas para que fuese destruida en los depósitos del «Consejo de Publicaciones»

M. S.- ¿Quiénes narran tus relatos?

A. J. U.- Tal vez ellos si «me narren», cual si «me suicidasen» en el ámbito de la Ficción Literaria (esa tuya pregunta tuerce)