La agricultura ecológica se impone como aliada de la calidad ambiental

Cuando la Fundación Rockefeller puso a disposición de los científicos recursos económicos para aumentar la productividad de la tierra, se le dio paso a la llamada “revolución verde”. Si bien la intención fue noble: terminar con el hambre en el mundo mediante cosechas más abundantes, sin importar las condiciones del clima y del suelo, el proceso incluyó semillas certificadas, además de fertilizantes, pesticidas y plaguicidas.

Esta revolución se produjo en la década de los años 40 y hoy día, debido al uso prolongado de químicos, el planeta tierra está lanzando constantes señales de alerta, no sólo por el daño ambiental, sino también por el deterioro de la salud humana.

En el caso específico del estado Mérida, el principal sustento económico es la producción de papa, pero la autóctona u originaria no es la blanca que mayormente se conoce, sino la negra, la cual ha sido desplazada por la modernización agrícola, sinónimo de alta productividad y rentabilidad.

En el espacio radial “Aula ambiental”-conducido por la doctora Nancy de Sardi- la profesora Olga Molina de Paredes, de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la ULA, dijo que la papa negra cosechada anteriormente en Mérida, era muy sana y de calidad, pero se ha ubicado en segundo lugar debido, quizá, al aspecto más estético de la papa blanca y porque los consumidores ya están acostumbrados a su uso y fuerte presencia.

“¿Se está contribuyendo con el desarrollo de la agricultura ecológica? –pregunta la profesora Olga- ¿Estamos dispuesto a acatar lo que sugiere la Organización de Naciones Unidas para lograr un producto que contribuya con la seguridad alimentaria y que sea de calidad?... debemos trabajar en ello. En el Municipio Rangel de Mérida, el ingeniero Rafael Romero coordina un proyecto  dedicado a recuperar la producción de una papa más sana y para eso existe un laboratorio de producción de tejido de semillas, a fin de imitar las siembras de antaño y lograr el equilibrio de la biodiversidad antes que la rentabilidad”.

A pesar de la avasallante presencia de un sistema tecnológico que exige el uso de agroquímicos, Olga de Molina es optimista al decir que la esperanza se centra en las nuevas generaciones, porque son los hijos de los productores los que están tomando conciencia del grave deterioro del suelo, de la contaminación del agua y la pérdida de la fauna.

Agricultura ecológica

Este tema introdujo el concepto de agricultura ecológica, que fue desmenuzado, en este mismo espacio radial, por la profesora Gladys Cáceres, también de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales e integrante de la Comisión Universitaria de Asuntos Ambientales.

Cáceres definió este tipo de agricultura como un sistema de producción holístico de manejo de la cadena productiva, la cual remite a los productores, pero también a los proveedores. “Los productores agrícolas deben estar conscientes de cómo producir y cambiar su mentalidad ante la destrucción del ambiente. Deben recibir semillas certificadas, pero para producir orgánicamente. Hay que prepararlos en insumos alternativos como el humus, la rotación de cultivo, el conocimiento del PH del suelo, cómo para atacar la plaga, en fin, en el conocimiento de técnicas culturales para este nuevo modo de producción”

La agricultura ecológica incluye también un sistema de transformación, de comercialización y distribución y, por último, a los consumidores. El primero de ellos se refiere a la creación de pequeñas empresas de transformación industrial, es decir, buscar el valor agregado a la papa y que los productores se manejen también en varios cultivos de rubros agrícolas, no en uno o dos, pues esto es lo que sucede desde la llegada de la “revolución verde”.

“La distribución es también vital porque los comerciantes son conocidos como ‘los malos de la película’, pero es que los productores no están organizados y no saben vender sus cosechas porque, uno de los errores del paquete tecnológico, es que no se atendió la cadena productiva.  Es por eso que tenemos productores con grandes cosechas, pero no existen mercados mayoristas donde se confronten la oferta y la demanda, y mucho menos agroindustrias generalizadas que compren el producto o una diversificación de empresas para pequeños y medianos productores”.

Los consumidores estamos al final del proceso y desconocemos casi en su totalidad las bondades de los productos ecológicos y sus ventajas para nuestra salud y para la biodiversidad en general. Es por eso que la profesora Cáceres insiste en que las instituciones públicas y privadas deben apoyar la agricultura ecológica para que certifiquen los productos, garanticen su calidad, le otorguen sello de garantía, creen normas de variedad, tamaño, envase y marca; y se cercioren de que el suelo está en condiciones porque, cuando se cambia a la agricultura orgánica, el proceso de recuperación de la tierra puede tardar hasta dos años.

“Si en Venezuela asumimos este modelo, otros países como Alemania, Estados Unidos, Italia y Francia están dispuestos a comprar productos ecológicos y pagar entre 10 y 40 por ciento de sobreprecio. Lo importante es que sepamos que se trata de un producto certificado como orgánico y asumir una nueva actitud de vida como consumidores”.