¿Se debe transformar la universidad?

El alto desarrollo logrado en las tecnologías de la información y la comunicación ha impactado a la sociedad contemporánea de tal forma que está transformando de manera acelerada la forma en que la gente trabaja, vive y se relacionan. Al respecto, Fernández-Aballí (2000) ha expresado que: "La revolución de la información, va a modificar de forma permanente la educación, el trabajo, el gobierno, los servicios públicos, el mercado, las formas de participación ciudadana, la organización de la sociedad y las relaciones humanas, entre otras cosas".

Ingrid Tortolero, Secretaria Académica de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes, Apula, consideró que la etapa de transición que se está vivenciado desde finales del siglo pasado ha sido percibida por distintos autores desde diferentes ángulos, lo que ha llevado a identificarla con diferentes denominaciones.

Así, dijo, en el aspecto filosófico-cultural ha recibido el nombre de postmodernidad (Lyotard), en cuanto a la evolución de la sociedad mundial y el desarrollo tecnológico. Toffler  la ha llamado la época de la Tercera Ola; mientras que otros han enfatizado el aspecto productivo, como es el caso de Drucker, quien ha bautizado este período histórico de la humanidad como sociedad postcapitalista o sociedad del conocimiento.
 
CUATRO FASES A CONSIDERAR

Tortolero consideró que el cambio paradigmático a que conlleva el proceso de transformaciones, en la que se encuentran inmersos actualmente, tiene importantes implicaciones que deben ser consideradas por la universidad en su proceso de reforma.

Estas implicaciones son de cuatro tipos, explicó. En primer lugar las Axiológicas, en tanto que supone el surgimiento de una nueva escala de valores que reivindique la necesidad de la convivencia humana en un mundo de solidaridad, bienestar social y paz. Unidas a las primeras se encuentran las Epistemológicas, en el sentido de la consideración de nuevas formas de producir el conocimiento, distintas a las del modelo clásico legado por la modernidad.

“Asimismo, se pueden considerar las Ontológicas, en cuanto a la concepción del tipo de hombre que demandan los nuevos tiempos, el cual debería tener algunas de las siguientes características: una visión sistémica de la realidad (todo está relacionado con todo); la posibilidad de pensar globalmente y actuar localmente, capacidad autocrítica, autogestionario, con habilidad para aprender permanentemente, posibilidad de combinar el pensamiento lógico con la creatividad, capacidad para transferir lo aprendido, pensamiento imaginativo y visualización, control emocional y comunicación generativa”.

Al mismo tiempo se tienen que considerar las Gerenciales, en el sentido del desarrollo de un nuevo paradigma empresarial fundamentado en el aprendizaje organizacional, el conocimiento como el principal recurso que agrega valor al sistema productivo, la competitividad y la cooperación mutua. Estos cambios exigen no sólo adaptarse a una nueva situación, sino prepararse para vivir en un equilibrio inestable; es decir, en un proceso de adaptación permanente a las exigencias de un entorno cambiante y caótico.

“Ante la situación planteada, la pregunta obligada es ¿Qué debería hacer la universidad para enfrentar con éxito los nuevos retos que plantea la realidad económica, social, política y científico-tecnológica del siglo XXI? Y la respuesta, casi obligada es: la universidad debe cambiar, si quiere sobrevivir. Sobre esta aseveración existe un consenso casi universal, como se desprende de las diferentes consultas internacionales realizadas por la UNESCO (1998) con relación a este tema”.

LA TRANSFORMACIÓN UNIVERSITARIA

Para Tortolero una vez clarificado lo anterior, es prioritario que los universitarios tengan presente que más allá del aspecto tecnológico, la fundamentación de la transformación universitaria, depende básicamente de tres aspectos.

 “Una visión compartida, indicó, que tengan los miembros de la comunidad académica acerca de un nuevo modelo universitario que responda a las expectativas de cambio a que aspira dicha comunidad, así como la sociedad global. Un compromiso para su instrumentación, asumido por los diferentes actores institucionales, orientados por genuinos valores académicos y, las acciones estratégicas emprendidas por el liderazgo universitario, como responsable de guiar el proceso de transformación. Todo esto dentro de un marco de respeto y consideración para cada uno de los que conforman y hacen vida en la esfera universitaria”.

UNIVERSITARIOS VIRTUOSOS

En su exposición Tortolero recordó que la carencia de virtudes cívicas que existe en los países latinoamericanos o la pérdida de valores ha determinado en las sociedades y, por ende en las universidades, una cultura que niega la esencia de los universitarios como ciudadanos comprometidos con el desarrollo de una región, de un país.

Estas virtudes, aseguró, no están presentes en la conducta de los actores políticos, ni en algunas autoridades universitarias, porque las virtudes tienen que ver con los valores y éstos con las creencias, las normas, las reglas y las convicciones que funcionan como elemento adhesivo al interior del grupo o colectivo; asimismo es núcleo matricial de donde parten los principios que regulan las relaciones con el exterior, ya sea con otros grupos, con el gobierno, con los partidos políticos y todo aquello que integra el espacio público.

“El accionar de nuestros gobernantes en estos países ha contaminado el accionar de algunos de nuestros líderes universitarios. Y las prácticas políticas que incluyen: conductas, hábitos, valores, que constituyen la experiencia colectiva y la memoria histórica de los grupos sociales, alimenta con su actuación, la maltrecha cultura política de nuestras sociedades y de nuestro ámbito universitario, dotándola de un sello intolerante, contestatario y antipolítico”.

Ante estas realidades, indujo, es que el conjunto de actos cotidianos de ofensas, diatriba, señalamientos, acusaciones, exclusiones y provocaciones van distorsionando, en el transcurso de la vida del colectivo, su identidad, dotando de una lógica sin sentido las acciones sociales, deteriorando las formas de cooperación, borrando el perfil organizacional de todo grupo social y nutriendo una autonomía falsa de los ciudadanos frente al otro.

“Con estas acciones, buscan evitar que crezcan las tomas de decisiones individuales y colectivas, que aparezcan liderazgo al margen de los tradicionales y se les delegue a ellos las facultades para organizar los eventos movilizadores, la dirección del mismo y las negociaciones con el gobierno”.

Tortolero finalmente consideró que el país y la universidad deben ir juntos con las manos amarradas a convicciones o valores como la tolerancia, la inclusión y la autonomía, que posibilitan la convivencia, la articulación y el trabajo conjunto. Hacer caso omiso, es tratar de detener un cambio a la fuerza, desatando la violencia o aplazando el futuro de ese país.

 


SER CIUDADANO

“Se ha fomentado el proceso de la “no ciudadanía” en ese deterioro progresivo de los valores del ser humano; que apuntala aún más a despojar a los ciudadanos de sus derechos fundamentales, donde el individuo pierde la confianza en las instituciones democráticas, económicas e impartidoras de justicia. Y de todo esto no escapa la universidad. Es decir, en estos países la crisis se explica en parte por una ausencia de una cultura política que revalorice la cotidianidad, dado que de ahí surgen los proyectos y aspiraciones reivindicativa; también está lejana de todo acto y acciones que se interese en la consulta, los diálogos y los acuerdos para incidir en la toma de decisiones”.

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