MANUEL DE LA FUENTE: ESPÍRITU QUE NO TERMINA
"Tras el pavor del morir
está el placer de llegar".
Antonio Machado.
Glosa. 1903
Convocó a la neblina para dormir en el silencio y afirmar su trascendencia. En los últimos meses, extrañaba su contacto, antes permanente en los altos de Milla y el bosque de El Valle. Pronto, sintió su cercanía. Entonces, al comenzar la noche de este 4 de marzo, cuando la ciudad apenas iniciaba su diaria meditación, el hombre que daba vida al barro y a la piedra, a la madera y al metal, aceptó la muerte de la materia. Su alma, destinada a la perpetuidad, alcanzó la inmortalidad. No ha ido a perderse en nebulosa lejana. Más bien, ahora se convierte en presencia constante. Aún se escuchará su risa en las calles, aún se harán frecuentes sus reclamos en las aulas, y en las galerías aún nos sorprenderá con la actualidad de su genio. Estará en sus obras.
Le embargó la angustia de la muerte, porque no la entendía como “muerte y solo muerte”. Su final no podía ser el del “cuerpo que se esfuma” (1). El hombre se prolonga en su acción. Y a algunos el arte les permite “no quedarse en el momento, trascender”, o sea, sobrevivir al tiempo, a través de una “creación dotada de vida propia”. Por eso, aún cuando sabía que su cuerpo debía ceder, esperaba el “regalo de las horas” para hacer aún más, para que sus obras alcanzaran gran proyección. Sonriendo, espantaba la muerte y se dispuso a “trabajar hasta el final”. En eso estaba en los últimos días: acariciando su viejo proyecto (1983) de instalar en el páramo de Mucuchíes un conjunto escultórico monumental (“El paso de los Andes”); indagando significados en los versos de Federico García Lorca y en las melodías de Manuel de Falla, que inspiraron sus “Expresiones”; estudiando los problemas de la construcción de una colosal “Virgen del Valle” (faro y mirador) en una loma de la Isla de Margarita; o dibujando los episodios de la historia cristiana que exhibirían las futuras “puertas de bronce” de esta magnífica Catedral. Quería asegurar su trascendencia. Encontrar respuesta a su “misterio: ¿Cuánto va a durar la obra?” (2) .
– 1 –
Nació junto el mar. Mar de España, de Europa y de África. Mar de América que remonta en carabelas, que aprisionan soles y lunas atrapados en los trópicos. Mar que se hace Guadalquivir mientras sube hasta Sevilla. Mar que arrastra vida en milagro de corriente cálida que germina en tres continentes. Desde siempre el mar, como que es el ruido de las olas que el niño escucha desde la mañana hasta antes de dormir.
Un amanecer el pequeño de pasos temblorosos todavía se hundió en la arena de La Caleta y sintió la caricia de las olas. Desde entonces, conoció la dulzura de la naturaleza y el calor de la tierra, la suavidad del movimiento y las pasiones de los hombres. Y lo guardó todo para asombrar más tarde a los suyos y a quienes lo conocieron. Había nacido en la Plaza de la Cruz Verde de Cádiz, muy cerca de los rompientes de Campo del Sur, a pocos pasos del Mercado Público y de la Catedral de Santa Cruz sobre las Aguas, No escapó a sus orígenes. Lo envolvió el espíritu de aquella “ciudad de los gitanos”, de embrujos y misterios, por cuyas calles estrechas se cuelan la espuma y la brisa del mar que la rodea por todas partes, como si fuera una isla. Construida sobre un delgado brazo de la península hispánica que se mete en el océano, constituye un milagro de la geografía y de la historia: “¿Quien te vio y no te recuerda?” (Federico García Lorca, Romancero Gitano. 1928). Junto al mar, siempre el mar en su viaje sin olvidos.
El mar
El mar, la mar.
El mar ¡Solo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
A la ciudad?
……
En sueños la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿Por qué me trajiste
acá? Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra (Rafael Alberti, Marinero en tierra. 1924)
Fue en la casa número 10 de la calle Cruz el 22 de abril de 1932. Primavera de esperanzas y de nubarrones, de buenos y malos presagios a la vez. No eran aquellos tiempos para niños. España – mejor, las Españas – dejaban correr sus historias y pronto sus sangres. Se mataron en nombre de ideales y futuros, que después del terrible apocalipsis todos olvidaron. Pero la madre, Josefina Muñoz García (muerta en 1961), mujer dedicada y de carácter, le dio hogar; y el padre, Jesús de la Fuente (ido él en 1979), hombre de valor y buen trabajador, lo protegió y formó. Le hizo compartir su escondite antes de entregarse para cumplir condena en el Castillo de Santa Catalina. Y sin pretender hacerlo carpintero le enseñó el manejo de sus instrumentos de labor. Pequeño ejercicio de libertad en época de negaciones. Creció – contraste singular – entre el amor y la guerra. Entre la querencia y la errancia. Como español, como gitano, como universal.
– 2 –
Se enamoró de la belleza desde que tuvo unas migas de pan entre sus dedos y supo que podía convertirlas en objetos nobles y hermosos. “El arte es destino. A mí me llamó cuando tenía cuatro o cinco años”. Desde entonces fue la búsqueda de la belleza, que es luz y formas. Belleza que crea, aunque surge de la contemplación. Belleza que encontró en los niños y en los hombres, en la mujer y en el amor; en los toros, en el capote, las banderillas y la muleta; en la naturaleza y la ciudad, en la muerte y la gloria.
La belleza en todas sus formas:
-Advierte, Sancho, respondió don Quijote, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo (Segunda parte, Cap. LVIII).
Y de todos los seres y las cosas. Como la de aquellos traviesos jóvenes africanos, nuestros primeros padres – Adán y Eva – de la reciente serie del “Jardín del Paraíso”; y la de los artículos de uso diario. La búsqueda de la belleza, como la de quien se ama:
Me levantaré y recorreré la ciudad:
por las calles y por las plazas
buscaré al amado de mi alma.
…..
Hablé luego al amado de mi alma.
Lo agarré y no lo soltaré (Cantar de los Cantares, 3,2 y 3.4)
El camino comenzó temprano. Una mañana el niño inquieto ante sus primeros descubrimientos se acercó a la escuela en busca de respuestas a los misterios de la vida. Pero, pasados los días, después de asistir a una corrida de las fiestas del Corpus del Puerto de Santa María (1943) el muchacho se dedicó a modelar. Y así, llevado por su padre, artesano de la madera, pasó a la Escuela de Artes y Oficios Artísticos y Bellas Artes de Cádiz para realizar estudios de escultura, dibujo e historia del arte (1945 a 1949). Más tarde, reconocido su talento con una beca, se trasladó a Sevilla, para recibir clases en la Escuela Superior de Bellas Artes “Santa Isabel de Hungría” (1950 a 1956), en la que obtuvo el grado de Profesor de Dibujo. Allí hizo también un curso en imaginería. Décadas después se le hizo miembro correspondiente de las Academias de Bellas Artes de Cádiz (1985) y de Sevilla (1986).
En 1957, cuando ya dominaba el dibujo y la escultura, y las técnicas artesanales de modelado, vaciado en bronce y talla de piedra y de madera, viajó en busca de maestría e inspiración por España, Francia e Italia. En verdad no dejó nunca de aprender. La necesidad de expresar la belleza lo exigía. Siendo ya considerado un maestro, hizo cursos de diseño en el Instituto Politécnico de Gráfica y Diseño de Novara (1971) y en la Universidad Internacional de Arte de Florencia (1972) y obtuvo en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla la Licenciatura en Bellas Artes (1985). Y para entrar en contacto con las nuevas corrientes recorrió el mundo (3). Afirmó: “No me debo a las corrientes; me debo a mi sentir. No estoy entrampado en eso de las modas”. Pero, anduvo en procura de renovación. Lo consideró indispensable en sus tareas docentes, pero también para la evolución de su obra. Por eso, pudo reflejar las tendencias recientes del arte contemporáneo. Se mantuvo atento a las mismas aún después recibir en la Universidad de los Andes el Doctorado Honoris Causa en Arte (2009)
– 3 –
Se asentó en montaña alta, de las que no pueden permanecer escondidas. Montaña que da cobijo a quienes quieren acercarse a los orígenes, a quienes no temen a la naturaleza, a quienes se atreven a mirar a los cielos, a quienes gustan de las verdades esenciales. Montaña que responde con el eco a la intimidad y que invita a lo imposible. Allí compró una tierra sembrada de pinos y junto a otro español aventurero (4) estableció taller de ensayo y creación.
Un mediodía de enero de 1958, vivida ya la bohemia, el joven convertido en temprano maestro de artes se montó en Málaga en barco italiano y cruzó el mar – posibilidades abiertas a la vida – en procura de realización. Llegó a Venezuela cuando se producían grandes cambios políticos. Como la capital no le ofrecía buenas oportunidades, alertado por un aviso de prensa, se encontró de pronto (1959) en una pequeña ciudad de los Andes que construía su catedral y que como en los tiempos medievales albergaba allí sus talleres de arte, bajo la guía de un arzobispo florentino (5) y un arquitecto de grandes sueños. El aspirante mostró su capacidad y el gran Manuel Mujica Millán (6) la reconoció: “Usted es un escultor”. De inmediato se incorporó a la obra que ahora guarda algunas de sus tempranas creaciones: los ángeles que coronan a la Virgen, la sillería del coro y las imágenes de los apóstoles en el púlpito. Luego de dos años, convocado por el Rector Magnífico de la Universidad de Los Andes (7) se integró a su Escuela de Artes Plásticas y más tarde a la Facultad de Arquitectura, de la que fue Profesor Honorario (1985).
A partir de 1961, que fue el de su primera exposición en Mérida, de tanto andar por sus calles y mirar sus cielos, de tanto respirar sus neblinas, de tanto escuchar sus cuentos, se hizo ciudadano (8): fundó (1959) una familia con la gaditana María de los Ángeles Rodríguez, en la que nacieron María Jesús y Fidias; ganó el Premio Municipal de Bellas Artes (1980) y fue designado Miembro de la Academia (1992). La ciudad exhibe sus obras, regadas en plazas, parques y jardines: estatuas y bustos de próceres, de escritores y artistas y de heroínas y hombres distinguidos; y no pocas de sus “Expresiones”. Aún más. Uno de sus amigos escribió alguna vez: “Va la geografía merideña ofreciendo al viajero la siembra de arte de Manolo de la Fuente” (Neftalí Noguera Mora, Catálogo, 1964). Y es verdad porque también están en los pueblos y a la vera de los caminos, incluso en las cimas más elevadas: como los Monumentos a la loca Luz Caraballo (en Apartaderos, 1971) y a la Nacionalidad (en el espolón Miranda, 1984) o la admirable síntesis de artes de la Montaña de la Fe (en Santo Domingo, 2008). Porque él, requerido desde todos los confines por galerías y museos y llamado por muchos poderosos del mundo, quiso sin embargo regalarnos lo más exquisito de su genio; como también su tiempo al frente de instituciones culturales (9).
Ciudad
Dulce poema de piedra vieja y nueva
Arte fluido que corres en asfaltos
…..
Los espectros temblorosos discurren por tus parques
envolviendo tus fuentes.
Alta ciudad de páramos
cerrada, secreta,
consentida. (Ramón Palomares, Mérida, Elogio de sus ríos, 1983)
– 4 –
Se hizo espíritu. Espíritu que el ser humano descubre cuando puede despojarse de los bienes materiales que adquiere y de las sensaciones propias de su condición natural que es resultado de la evolución animal. Espíritu “más allá de la tentación”, que al liberarse muestra las inmensas posibilidades de las creaturas de Dios, que se manifiestan en múltiples formas. Espíritu que le permite al hombre amar a sus semejantes y trascender en el espacio y el tiempo.
Una tarde ya hombre, purificado a fuego en el estudio y el trabajo, se elevó en la compresión del infinito, a cuyos secretos llegó desde la observación de las vivencias de los pequeños seres. Como los artistas, – “voceros de la psiquis colectiva” – captan “las ansias y los sueños” y “cargan el peso de las angustias y penalidades de sus hermanos” (10), asumió la ansiedad del hombre de estos días, sobre todo del de la ciudad, de ese que aprisionado por las técnicas y mecanismos de la sociedad actual se convierte en masa. Un poco como la espiga de trigo que pierde su belleza e identidad al ser triturada para formar la harina: semilla reducida a polvo. Sus temas se volvieron multitudes de individuos sin rostro y sin nombre, absolutamente anónimos e idénticos. Desaparecieron los rasgos particulares para mostrar la esencia de una época, homogeneizadora y materialista. En busca de salvación, esas multitudes, diminutas y monumentales al mismo tiempo, que reflejan la degradación del ser humano, de pronto lo llevaron a Dios, El mismo hecho multitud, al asumir las culpas de todos, en el sacrificio de la Cruz.
Fue la afirmación del individuo en el espíritu. Descubrir que el ser humano tiene identidad propia: que no solo constituye especie distinta y única, resultado de un proceso dirigido, sino que cada uno constituye una persona, con destino particular, objeto de la atención divina. Que cada uno es espíritu que no termina. Tal como en sus obras de arte: salidas de sus manos de hábil creador, adquirieron vida individual y perennidad. Como la tienen sus desnudos y mujeres (Tibisay y América, Marisela o Marilyn) o sus toros y toreros (como Campanero o Manolete) o sus retratos de personajes (Vallejo, Uslar o Rincón Gutiérrez). Y saber, en fin, que el hombre busca destino por sobre sus realizaciones y después de su vida. De allí sus meditaciones en los últimos tiempos, que se tradujeron en poemas y escritos, y sus conversaciones con quienes ya se habían ido. “Ellos hablan otra vez conmigo ¿Ves qué hermoso?” Al final, el encuentro con Dios, en su hijo Cristo, “el único hombre que sucumbió” a la muerte de pleno grado, y “que dio toda su sangre para que las gentes sepan que son hombres”.
… ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor! (Miguel de Unamuno, El Cristo de Velásquez, 1920)
Amigos:
Ahora, Manuel de la Fuente supera el mito que fue hasta ayer. El del escultor de grandes obras en el Panteón Nacional de Caracas (cenotafio de Andrés Bello, 1981 y monumento a Santiago Mariño, 1988), al lado del Orinoco (Pedestre de Simón Bolívar, 2006) o sobre la montaña andina (Virgen de la Paz, 1983); o de los conjuntos taurinos en España (a Francisco Rivera Paquirri en el Puerto de Santa María, 1991) y Francia (a Francisco Ruiz Miguel en Vic Fezensac, 1991); o del marmóreo Homenaje a la Solidaridad de los Pueblos en Changchun (China, 2000). El del artista que mostró su talento por el mundo en exposiciones individuales y colectivas (Caracas, Madrid, Sevilla, París, Milán, Basilea, Bogotá, Medellín, México, Washington, Nueva York, entre otras) o en salones y festivales (como los de Bagdad, La Habana o Sao Paulo). El del maestro admirado en los claustros y en el taller, donde quería estar hasta el último día: “Ante la muerte no daré un suspiro! Estaré apretando el barro dejando en la arcilla la última huella”.
Ahora, Manuel de la Fuente se hace historia definitiva; más allá del bronce y del mármol, más allá de los honores y los títulos, más allá de los restos de sus obras que marcan a Mérida: como las alegorías de las primeras (Raíces, 1966 y la Inmaculada Concepción, 1969) y las últimas búsquedas (Alma Cosmográfica, 2002); como sus muchas estatuas: la ecuestre de Juan Rodríguez Suárez (1981), las sedentes de Andrés Bello (1970) y Humberto Tejera (1981) y las pedestres de Caracciolo Parra (1963), Cristóbal Mendoza (1971), María de la Concepción Palacios (1981) y Acacio Chacón (1982); y como el conjunto de las Heroínas Merideñas (1976). El ya está entre quienes contribuyeron a enaltecer y dar identidad a la ciudad. Como antes de él lo hicieron, con su mismo oficio, José María Osorio, Marcos León Mariño y Jesús de Berecíbar, todos sorprendentemente hombres de similares inquietudes. Gracias a ellos, Mérida es una “ciudad culta y pacífica, de letrados, poetas y gentes corteses”, de artistas y pensadores, con mística de la vida y de sus dimensiones (Mariano Picón Salas, Las Nieves de Antaño, 1958). Y gracias a él cada uno de nosotros enriqueció su espíritu: elevamos nuestra condición natural y nos acercamos a Dios. Por eso, ahora nos pertenece y lo encontramos más cerca que nunca desde que llegó a esta montaña desde su Andalucía de sol y de mar.
Ya no llora Manuel de la Fuente por la ciudad como acostumbraba hacerlo en los últimos tiempos. Estaba triste por los daños que se le han causado. Fue como un último mensaje en su compromiso. En adelante no le corresponde a él. Es nuestra la obligación. Ahora, se convierte en gozo y riqueza de Mérida. En hito de su historia, en don de su alma. Demos gracias a Dios, del mar y la montaña, por habernos regalado su presencia y alegrémonos por su ingreso al círculo de los bienaventurados, donde seguramente ocupará lugar destacado. Y, con este espíritu, acompañemos su cuerpo hasta su morada definitiva en nuestra ciudad y a sus familiares en la soledad que deja su ausencia.
(*) Palabras en la Misa Exequial oficiada en la S. I. Catedral de Mérida el 6 de marzo de 2010.
(1). Federico García Lorca. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935).
(2). Estas, como otras citas posteriores, corresponden a entrevista que recoge el texto Semblanza de Manuel de la Fuente, de la Serie “Íconos de la ULA” (http://www.saber.ula.ve/iconos/), del Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico (CDCHT).
(3) Realizó numerosos viajes al exterior, entre ellos el del verano de 1963 a España, Italia, Suiza, Francia, Bélgica e Inglaterra; el de 1986 a Irak y Cuba; el de 1992 a Estados Unidos invitado a visitar diversas instituciones culturales; y el de 2000 a China.
(4). El fundidor Martín González Vides, de Tafalla (Navarra). Murió en Mérida.
(5) El Arzobispo Acacio Chacón (Lobatera, 1884 – Mérida, 1978). Durante su largo pontificado (1927 – 1966) construyó, entre otras obras, el Palacio Arzobispal, la Catedral y el Seminario de San Buenaventura.
(6) Vitoria, 1897 – Mérida, 1963. Es el autor de los proyectos de la Catedral, el Seminario, el Palacio de Gobierno y el Edificio Central de la Universidad de los Andes. En Caracas, concluyó el antiguo Hotel Majestic y realizó los proyectos del Panteón Nacional, la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y las urbanizaciones Campo Alegre y La Florida, entre otros.
(7) El Doctor Pedro Rincón Gutiérrez (Maracaibo, 1923 – Mérida, 2004). Ejerció el Rectorado de la Universidad por veintidós años (de 1958 a 1972, de 1976 a 1980 y de 1984 a 1988). Creó estudios, escuelas y facultades e impulsó la construcción de los campus universitarios.
(8) Adquirió la nacionalidad venezolana en 1983.
(9) Entre 1979 y 1984 ejerció el cargo de Director del Instituto Municipal de Cultura. Iniciativas suyas fueron, entre muchas: los Salones de Arte de Occidente, los Premios de Bellas Artes, la Galería Municipal de Arte y la Revista Solar (confiada a Ednodio Quintero). Y de 1990 a 1995 fue Director de Cultura del Estado. Entonces promovió entre otras actividades: las Bienales de Arte y de Literatura, los Encuentros de Cantorías Infantiles, las Ediciones Solar, los Encuentros de Cultura Popular y las giras (nacionales e internacionales) de diversas agrupaciones. En ninguno de esos cargos recibió remuneración.
(10) Ednodio Quintero, Discurso en el acto de otorgamiento del Doctorado Honoris Causa en Arte a Manuel de la Fuente por la Universidad de los Andes. 21 de abril de 2009.