Alturas y Laberintos de la Infancia / A la memoria de Ramón Palomares
Epígrafe: Qué es nuestra imaginación comparada con la de un niño que intenta hacer un ferrocarril con espárragos. Jules Renard.
En los encuentros y desencuentros que permite la ebria soledad de nuestras almas, un día sostuve ante Mario Pumar Paredes que Ramón Palomares daba para una tesis sobre literatura infantil. Mario afinó sus ojos de gato siamés, de eterno enamorado de los recuerdos que engendran los amigos, y me dijo: "comparto contigo esa tesis". Fue mucha la duda de esa noche, conmovidos por la persistencia de las "canciones de ternura alcohólica", como para asumir con método lo inusual de la hipótesis. ¿Palomares para niños?.
Cuando leí Paisano, en esos asaltos a las bibliotecas nutridas de los vecinos ilustres, me encontré con la dulzura de unas voces antiguas que hablaban como mis tíos maternos y mis propios abuelos: "Cuando llegó un gran viento y dijo a resoplar"./ "Cantá por qué estas tan sola/ por qué llorás/ por qué te metites donde estamos los tristes..". Fue la revelación para entonces de toda una poemática de los sonidos populares, de las palabras que se pronuncian después de tanto tragar silencios. Y era la primera vez que esos sonidos se asomaban a mis ojos como escritura, y ese tránsito de los oídos a los ojos me fascinó. Paisano significó para mí, un acto de creación infantil: "Voy a entrar al río/ me quito la ropa y entro y le abro lo puerta/ y miro adentro de su casa.../ y comenzó el río a decir que se iba a morir..."
El cielo de los techos rotos de nuestros aposentos, escenarios ideales de las figuras más estrafalarias e insólitas de nuestros miedos, entraban en ese juego de palabras antiguas y que ya no pronunciaban los discursos de los doctores. La luz de ese cielo filtrado por luminosidades cósmicas, entraban a esa trama musical que proponía el poeta. El cielo para nosotros, venidos de la humildad, era pura imaginación. Aquellos determinismos geográficos que nos imputan a los andinos, son inciertos y absurdos cuando verdaderamente nuestros determinismos con celestes: "Será cierto haber sido un halcón y remontar siete cielos de un tranco?"
De esos cielos de teja rota se desprendieron las primeras imágenes de tigres y leones y su batallas feroces por la supremacía y la sobrevivencia. De esas alturas menguadas vino también la nostalgia andina por esa inmensidad mitológica y oceánica del mar que no tuvimos sino en la imaginación. A mi juicio, ahí se inscribe la poesía de Ramón Palomares. Un determinismo de los vientos, de los aires, el determinismo de la nada que viste lo universal y lo envuelve hermosamente en los "localismos" de aquellos hombres y mujeres que pasan "bebiendo de la montaña".
Recuerdo cuando Ramón me dio su antología con el título de "Lobos y Halcones"(1997). En ese momento lo asomé la hipótesis de la literatura infantil a partir de su poemática. Sonrió escéptico entre los sonidos de estas palabras, "si ha de servirle para que vuelva a su infancia, dele lepe".
"Lobos y halcones" me confirmaban ese dicotomía entre lo alto y lo bajo, cielo y tierra, que conmueve y moviliza el afán filosófico de Ramón. ( "Arar lo tierra y vigilar el cielo").
Confieso ahora que he sido poco lector de trabajos sobre poesía. La crítica sobre las poética debe ser metapoesía , una suerte de ejercicio modesto enmuletillado al curso de la palabra original: apuesta a la inmortalidad de quien nació con ese don de demoler sentidos.
** Material suministrado por el profesor Ramón Márquez de la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA.