Don Juan Antonio Bravo: un abuelo de 110 años
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Cuando el espacio radial Aula Ambiental se transmitió por primera vez -por 107.7 ULA FM-, don Juan Antonio Bravo cumplía 100 años de edad. Diez años después, con su hablar pausado, buen sentido del humor, optimismo y con una lucidez que envidiaría cualquiera, el abuelo Antonio se convirtió en el invitado especial de este programa cumpleañero.
Sí, aunque cueste un poco creerlo, este abuelo tiene 110 años y la conversación que mantuvimos con él –la doctora Nancy de Sardi, coordinadora de la Comisión Universitaria de Asuntos Ambientales (Cuaa) y quien escribe estas líneas- se desarrolló con tal fluidez que a veces costaba asumir que estábamos ante un ser humano tan longevo, pero con casi todos sus recuerdos intactos.
Aula Ambiental es el programa de la Cuaa y ¿qué mejor invitado para celebrar el décimo aniversario?
Nancy de Sardi: Dígame abuelo Antonio, ¿Cuál es su nombre completo?
Abuelo Antonio: Me llamo Juan Antonio Bravo y todo el mundo me dice abuelo Antonio.
NdS: ¿Dónde nació Ud. abuelo?
AA: Yo nací en La Playa, de Carache, pero no me bautizaron allí porque en esa época el general (Juan Vicente) Gómez cerró las iglesias, después vinieron los misioneros y bautizaron a mucha gente de entre 20 y 25 años, eso fue por ahí por 1912. A mí me bautizaron a los ocho años en un pueblito llamado Hato Viejo, que hoy se llama La Concepción, de Carache. Yo tuve la mala suerte de quedar huérfano a los ocho años y me crió una tía. Cuando tenía trece años ya andaba trabajando, arando con bueyes y me crié de esa forma. En 1922 me fui al estado Zulia y allí trabajé en la compañía petrolera hasta el año 1937.
NdS: ¿Abuelo, por qué salió de la industria petrolera?
AA: Pedí cambio porque la profesión mía era mecánico, pero como era muy travieso me ponía a mediodía, cuando estaba descansando, a ayudar a los operadores de planta y por eso aprendí, y después conocía todo el trabajo en la planta de la Shell, un trabajo de mucha dedicación, muy peligroso y “fregao” que, para personas un poco quedadas, no es muy bueno. Cuando pedí cambio el jefe no quiso, entonces pedí la orden de pago. Cuando llegué a la oficina el “musiú” mandó a pedir la hoja de récord de trabajo, la leyó y me dijo: “yo no le pago a usted, eso es con el superintendente”…
NdS: Abuelo, no querían que se fuera…
AA: Es verdad, no querían que me fuera, pero igual fui con el superintendente y me dijo: “pero bueno ¿usted por qué se va?”, y yo le dije: “porque no me quieren cambiar del trabajo” y yo sabía que la vida mía estaba peligrando porque pasé muchos sustos. Es un trabajo delicado, de mucha dedicación y para una persona que esté pendiente porque eso es muy peligroso. A esa máquina eléctrica yo le tenía miedo.
NdS: ¿Ya estaba casado abuelo?
AA: Yo me casé viejo, a los 44 años, ya estaba “avanzado”.
NdS: ¿Qué hizo después que salió de la industria petrolera?
AA: Compré un carro y me puse a trabajar en la plaza, después “cargaba” pasajeros de la compañía petrolera, que me contrató diario. Después me salí, compré un camión para trabajar y allí pasé mi vida. Después resolví casarme.
NdS: Pero usted me contó que, con su carro, vino a Mérida…
AA: Yo vine a Mérida en 1937, cuando eso no había carretera para venir desde Menegrande. Un día fui al río, frente a Sabana de Mendoza, el Dividive; me quité los pantalones y me puse a tantear el río para ver cómo era la cuestión para pasar un vehículo. Me preparé y dije: “con el favor de Dios me voy a Mérida”. Era una ciudad muy pequeña, cuando eso la llamaban la Ciudad de los Caballeros, gente demasiado culta, muy respetuosa. Fui a Ejido a conocer y llegué hasta Estanques, que eran unas poquitas casas. Estuve por allá observando y regresé a Mérida.
NdS: ¿Cómo le pareció Mérida, además de la caballerosidad de la gente? ¿Cómo era su paisaje?
AA: Era un paisaje demasiado hermoso porque, como la gente era demasiado culta, todo brillaba, todo emocionaba; pero era muy pequeño. Donde está la policía, (en Glorias Patrias) para abajo, era pura caña, el pueblo era muy pequeño.
NdS: ¿Y las montañas?
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AA: Me impresionaron mucho porque eran muy bellas, mucha neblina. En la mañana había mucho frío, demasiado. Me traje un buen abrigo, venía vestido de casimir, que aguanta mucho el frío. Me vine preparado, con mi gorra y todo. Después volví a Mérida cuando ya había carretera, vine a traer al doctor Ruiz.
NdS: ¿Y cómo se siente, con 110 años, viviendo en Mérida con sus hijos, sus nietos y bisnietos?
AA: Me siento muy feliz porque es un pueblo al que tengo mucho que agradecerle, porque el merideño me ha apreciado. Estoy muy agradecido. Mis hijas estudiaron aquí en un colegio de monjas, que eran “puras” españolas y los fui trayendo poco a poco.
NdS: ¿Cuántos hijos tuvo Don Antonio?
AA: Tuve ocho hijos y tuve uno “por fuera” llamado Prado que murió joven. Cuando me casé le dije a la señora: “mire, tengo un inconveniente, yo tengo un hijo y en donde comen otros hijos míos, él también tiene derecho a comer. Si usted acepta así, está bien, si no lo acepta, no nos casamos”. La señora mía se graduó de sexto grado en 1941 y en esa época era muy difícil que las mujeres estudiaran por el machismo de los hombres, pero yo, por medio de amigos, conseguí que ella estudiara bachillerato, porque a veces un hombre se casa con una mujer y la deja con tres o cuatro hijos y ella se ve obligada a casarse con otro. Por eso yo le dije: “mañana nos casamos y yo me muero, entonces vos, si queréis casarte con otro, te casáis; pero no por una necesidad, porque tenéis un título y te estáis ganando la vida para mantener a tus hijos”. Fui muy criticado por los amigos, pero ella se graduó en Maracaibo de maestra y de una vez la emplearon.
NdS: ¿Cuántos nietos tiene usted ya? ¿Lleva la cuenta?
AA: Mire, yo no sé cuántos son, tengo una gran cantidad de nietos.
NdS: El tener el testimonio de una vida tan linda como la suya Abuelo, es el mejor regalo de aniversario…
AA: La mala suerte que yo tuve fue haber quedado huérfano, mi madre me hizo mucha falta en la niñez, porque yo andaba en ocho años cuando ella murió y yo sufrí mucho. Por más que mi tía me daba cariño y me aconsejaba, nunca es como el cariño de una madre. Hoy me he dado cuenta de que cuando el padre es demasiado rígido y les pega a sus hijos cuando están pequeños, no es lucrativo, porque cada quien siente. Mi papá me pegaba. Cuando tenía a todos los nietos juntos, en vacaciones, ellos decían “allá viene la ley” porque yo les ofrecía: “es que los voy a castigar, es la ley la que los va a castigar”, pero nunca les hacía nada (risas).
NdS: Bueno Abuelo Antonio, muchas gracias por conversar con nosotros, que Dios lo siga cuidando y lo mantenga lúcido y feliz, para que lo sigamos disfrutando por muchos años más…
AA: Yo estoy a la orden, “mediante” yo pueda hablar… perdone todo lo malo…