Don Tulio Febres Cordero también alertó sobre los riesgos ecológicos

Don Tulio Febres Cordero, cuando de aprender se trataba, no tenía límites. Podía fungir como zapatero, relojero, tipógrafo, encuadernador, calígrafo, dibujante o pintor; pero también de periodista (fundó varios periódicos y revistas), historiador, abogado y escritor de crónicas, ensayos, cuentos, novelas y poesías.

Sin embargo, pocos conocen su preocupación –plasmada en frases escritas- por el deterioro ambiental que, hace más de cien años, ya se manifestaba en Mérida, ciudad por la que sentía un verdadero apego y cariño.

Esa faceta, ese “Don Tulio ambientalista”, fue descrito por Ricardo Gil Otaiza, profesor, investigador de la Facultad de Farmacia y Bioanálisis y autor del libro de ensayos “Tulio Febres Cordero. Genio y figura” (2010) en el espacio radial “Aula ambiental”, dirigido por la doctora Nancy de Sardi, coordinadora de la Comisión Universitaria de Asuntos Ambientales.

Quizá pocos sabíamos que donde hoy se sitúa Fundacite-Mérida, en el sector La Hechicera, tenía Don Tulio Febres Cordero su casita de campo y allí -cuenta Gil Otaiza- este hombre de letras, en una silla de suela que recostaba en la pared, observaba la belleza geográfica y ecológica de Mérida, las montañas y las nieves perpetuas.

“A raíz de estas observaciones se unió al grupo de naturalistas quienes, desde hacía muchos años, venían alertando sobre la posibilidad de un desequilibrio profundo del ecosistema merideño y, a  finales del siglo 19, Don Tulio comienza a recopilar una serie de datos en torno a lo que ha sido la desglaciación de la Sierra Nevada y se convirtió en uno de los propulsores de ese alerta que hoy nos llega como un signo bien claro y preciso de lo que ya se avizoraba en ese momento”.

Este personaje merideño, cuando tenía aproximadamente 50 años, comenzó a escribir un libro que tituló “Memorias” (no relacionado con su novela Memorias de un muchacho) y allí, contrario a lo que puede encontrarse en una autobiografía, introduce varios temas relacionados con el ambiente, como el capítulo titulado “Mudanza del tiempo, mutaciones atmosféricas”. Este libro, es bueno comentarlo, nunca lo terminó.

“En ese capítulo nos muestra su preocupación, no sólo por la desglaciación de las nieves perpetuas merideñas, sino también por la disminución y desequilibrio de los períodos de lluvias, por el progreso de los desmontes y la tala de bosques vírgenes para desarrollos habitacionales, fincas o para el engorde del ganado y eso lo angustiaba”.

Ricardo Gil Otaiza –quien ha dedicado parte importante de su carrera como escritor a este personaje- explica que la explosión demográfica, ya incontrolable en esa época, motivó a Don Tulio a escribir varios ensayos que se publicaron en periódicos pequeños de la entidad, en el Cojo Ilustrado y otros medios importantes del país. “Él percibió que, en la medida en que crecía la población, la demanda de espacios iba en contra del equilibrio ecológico. Lo mismo hicieron los alemanes Anton Goering y Wilhelm Sievers quienes, cuando vinieron a Mérida, reflejaron en sus bitácoras, el peligro ambiental que ya existía. El primero de ellos señaló en sus memorias que, en menos de 50 años, esas nieves perpetuas desaparecerían, claro, el pronóstico no fue tan acertado, pero sí podemos ver cómo éstas se han ido desvaneciendo paulatinamente”.

Somos parte de un todo

Cuando Don Tulio Febres Cordero afirmaba que el ser humano forma parte “de un todo” se refería, según Gil Otaiza, a que integramos un planeta y que lo que hacemos en Mérida se refleja en todo el mundo y viceversa.

Este docente universitario acude al Principio Hologramático de Edgar Morin y lo compara con la visión anticipada de Don Tulio: el mundo está conformado por piezas de rompecabezas y cada una de ellas refleja el todo universal y éste, a su vez, incide en cada una de las partes. “Si analizamos la situación que estamos viviendo bajo esa concepción, podríamos entender que todos somos ciudadanos y mientras hagamos lo que nos corresponde en nuestros ámbitos personales, familiares o sociales, podemos revertir, a mediano y largo plazo, todos estos sucesos que hoy nos asustan y nos tienen en estado de alerta, porque no sabemos qué va suceder en este medio tan frágil”.

Conservar para el futuro

Ricardo Gil Otaiza, cuya línea de investigación es la etnobotánica, se emociona al hablar de la técnica de “foliografía” que Don Tulio afinó y mejoró. Nos referimos a los tomos que este personaje merideño publicó a finales del siglo 19 y que tituló, precisamente, “Foliografía”.

Don Tulio, dado su interés por preservar para el futuro las plantas merideñas, usaba las técnicas tipográficas para hacer las impresiones –similares a un sello- de las hojas de esas plantas. “De haber sido botánico no sólo hubiera recolectado hojas, sino también flores y frutos, porque un botánico no puede trabajar en la identificación de especies vegetales si no tiene a la mano la cédula de identidad de la planta que es la flor, la cual ayuda a reconocer la familia de esa especie; pero era tanta su desesperación por preservar el medio natural merideño, que tomó esa técnica, la perfeccionó, la plasmó y nos ha permitido acercarnos, en forma empírica, a lo que fue la flora merideña”. Sólo dos tomos se conservan de “Foliografía”, uno en Caracas y otro en Mérida, en la biblioteca que lleva su nombre.

Este encuentro entre Nancy de Sardi y Ricardo Gil Otaiza se rodeó de una atmósfera agradable, de recuerdos de un ilustre merideño que, gracias a su habilidad para escribir, nos dejó un legado perdurable, sí, pero lleno de advertencias que no sabemos o no queremos escuchar. Don Tulio Febres Cordero, hombre sensible y estudioso, vio venir los riesgos ecológicos, pero éstos siguen acechándonos y cada vez, con nuestro proceder insensato, les otorgamos más fuerza.

 

 

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